Jane Jacobs nos recordó hace unas décadas que la economía «se hace» en las ciudades, no en los países o estados. Fue, por ejemplo, en las ciudades donde empezó la actividad económica de los gremios. Así, en su texto, Una breve historia del futuro, Jacques Attali nos recuerda que el «núcleo» del orden mercantil (de la democracia de mercado) ha ido migrando durante la historia, en una traslación sucesiva imparable de este a oeste geográfico, de Brujas a Venecia, de ésta a Amberes, Génova, Amsterdam, Londres, Boston, Nueva York y Los Angeles. Ciudades todas que han sabido aprovechar una oportunidad o un talento especial (la gestión del oro español procedente de Suramérica, en el caso de Amberes, o la explosión de la tecnología del vapor, en el de Londres), y que han contado, en todos los casos, con un puerto capaz y un territorio próximo que alimentara a su gente.
No es extraño, pues, que emerja con fuerza todo un discurso sobre el futuro de las ciudades, y que éstas, o al menos las más inteligentes, empleen parte de sus energías en reinventarse. Existe ya una competencia entre ciudades en el mundo, que se extiende a una lucha por recursos, infraestructura, visibilidad, atracción (de talento, empresas, etc.) y, claro está, también entre ciudades de un mismo territorio. Y sorprende observar, sin ni siquiera tener que acceder a los datos concretos de sus presupuestos, cómo hay ciudades que apuestan básicamente por el bienestar de sus ciudadanos, y hacen de ello bandera (el caso de Barcelona, «la ciudad de la gente»), mientras que otras se presentan como capitales del futuro, lugares donde la economía se va a reinventar (el caso de Singapur, «where great things happen»). La elección de cuál es la identidad que se transmite va a tener, en mi opinión, un papel fundamental en los próximos años. Y va a depender, obviamente, de un modelo ideológico, pero también de la visión que tengan los dirigentes (¿o deberíamos empezar a llamarlos directivos?) de la ciudad.
La elección de cuál es la 'identidad' que transmite una ciudad va a jugar un papel fundamental en los próximos años. Y va a depender, obviamente, de un modelo ideológico, pero también de la visión que tengan los dirigentes (¿o deberíamos empezar a llamarlos 'directivos'?) de la ciudad
Algunas ciudades ya son dirigidas por empresarios. Quizás el caso más notable es el de Nueva York, con su alcalde Bloomberg. Otros son menos conocidos, como el de la ciudad eslovena de Liubliana. Cuando el alcalde es un empresario, la gestión se convierte en una transformación de recursos en resultados, de acuerdo con unos objetivos. Y se tiende, obviamente, a utilizar las metáforas y los instrumentos de la empresa privada. De hecho, la aparición de alcaldes empresarios es un ejemplo interesante de la hibridación de los sectores público y privado, que veremos más y más cada día.
Lo primero que debe hacer un alcalde empresario es arreglar las cuentas de la ciudad, y analizar con serenidad los ingresos y los gastos. Con total pragmatismo. Pero, una vez hecho esto, aparece el marketing como herramienta sustancial para ayudar a la proyección de la ciudad. Y en este punto, es interesante ver cómo muchas ciudades del planeta están desarrollando una visión, simple, clara, fácil de entender y transmitir, que movilice a las mejores iniciativas y personas. Es el caso del citado Bloomberg y su visión de Nueva York como «segunda casa del mundo» («the World's second home»), con la idea de que toda persona que valga la pena, que pinte algo, en el mundo, debe tener casa en Nueva York. O el de las ciudades de Oriente Medio, repletas de dinero que invertir, y que quieren aprovechar su situación espacio-temporal (en medio del tiempo entre Tokio y Londres), para convertirse en un hub de los sectores financiero y media mundiales. La visión es aquí la de ser el medio del mundo, una ventaja logística y geopolítica que hay que saber aprovechar.
Hay que afinar la mente para encontrar elementos de competitividad que hagan de la ciudad un espacio con futuro en una economía sin distancias y fuertemente condicionada por la tecnología
Porque el apalancamiento de las ventajas naturales es el siguiente paso en la agenda de los alcaldes. Algo así ocurre, por ejemplo, en la pequeña isla de Malta, que desde su incorporación a la Unión Europea ha sabido utilizar el hecho de ser un portaaviones en medio del Mediterráneo para sacar partido de sus activos geográficos (la punta de lanza de las inversiones árabes en Europa, el centro de mantenimiento de aeronaves de Lufthansa, la diferencia de su sistema de patentes para explorar futuros genéricos antes de que sea posible hacerlo en el continente). Por no citar el ejemplo de Islandia (un espacio alrededor de una ciudad), que va a aprovechar la singularidad de su gente (la conexión genética entre sus ciudadanos la convierte en el lugar ideal para llevar a cabo estudios al respecto), así como la ventaja de sus fuentes de energía naturales (en especial la geotérmica, que permitiría fabricar hidrógeno a gran escala a bajo coste), para convertirse en capital de mundo en estos dos desarrollos tecnológicos fundamentales.
Tras la visión y geografía, viene la infraestructura. Y aquí es donde los arquitectos tienen la ocasión de mostrar sus habilidades. Desde lo más radical, como las ciudades en medio de la nada, en el desierto de los Emiratos, pasando por las ciudades sostenibles que se están construyendo en la China (para dar cabida a los cientos de millones de ciudadanos que se trasladarán del campo a la ciudad en los próximos diez años), a lo más posibilista, como la adecuación de envejecidas partes de las ciudades de siempre, en las que se transforman puertos en centros comerciales y artísticos (como el caso de la ciudad del puerto en Hamburgo, HafenCity), o viejas fábricas de gas en centros de convenciones (como aquella de Amsterdam en la que se desarrolla el Picnic Network, del que hablamos en el número 58 de If).
Por último, hay que afinar la mente para encontrar elementos de competitividad que hagan de la ciudad un espacio con futuro en una economía sin distancias y fuertemente condicionada por la tecnología. Así, hay ciudades como Kalamazoo, en Michigan, que luchan contra la disminución de su población y el empobrecimiento de la que se queda en ella mediante la financiación del acceso a la Universidad de los alumnos que cursen la secundaria en los institutos de la población. Otras, como la italiana de Cremona, construyen clusters alrededor de habilidades acumuladas durante siglos, en este caso, alrededor de la confección de violines. Algo parecido ocurre en la región de Calais, en el norte de Francia, que reaparece en el escenario económico gracias a la presencia de cientos de profesionales de la industria que, tras perder sus puestos hace años, se convierten ahora en un activo importante en un entorno escaso de profesionales preparados. Algunas ciudades se convierten en nuevos centros logísticos, otras en centros culturales (ver el informe The state of European cities para un mapa de los diferentes enfoques competitivos que adoptan las ciudades europeas.
Finalmente, que las ciudades aceleren su condición de motor de la economía va a exigir que sepan crear las condiciones para conectar a sus mejores iniciativas, con el fin de hibridar conocimientos, y hacer surgir proyectos con productos y servicios que no existían hasta entonces. Ello va a exigir la superación de la lógica gremial que aún domina los intercambios de conocimiento de la sociedad. Una ciudad que conecta a su mejor gente, independientemente del sector en el que están, aumenta su PIB por encima de una ciudad verticalizada.
Referencias
Attali, Jacques (2007). Breve historia del futuro. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
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