21 abril, 2008

COMPLACER, CONSENTIR, COMUNIÓN


Complacer, consentir, comunión


La Creación se complace en la vida. La Fuerza Creadora consiente... los estilos de vida. Lo Divino comulga con... los proyectos de la vida.

Si tenemos esa ascendencia de complacencia, de consentido y de comunión, bien podría esta especie de humanidad complacerse, consentirse, comulgarse. Un proyecto de complacer y ser complacido; un proyecto de consentirse y ser consentidor; un proyecto de comunión... podría ser, hoy, en este tiempo de drama, algo revolucionario, algo novedoso, algo distinto. Si bien, las tres palabras son antiguas, conocidas, ya desterradas, desechadas... Bueno, o usadas para “momentos”, pero con escasa vigencia cotidiana. Pareciera que la humanidad haya tenido oportunidades, ocasiones, momentos favorables... ¡innumerables!. Y se hayan ido dejando por comodidad, vanidad, desidia, importancia personal... cada momento histórico sería diferente.

Complacerse en gratificar a los demás, hacer de forma complaciente, no suele ser un fácil actuar. Sino, más bien, el actuar es tenso, duro, competitivo... difícil. Consentir... sentir con, ¿da miedo o produce violencia? El ser, cada vez, se secuestra más en sus sentires y rechaza más los consentires. Miedo, experiencia, recuerdo, pasados... contribuyen a que el consentirse, el sentirse como se es cada uno, con el debido respeto –no como débito sino como necesidad-, es, igualmente, hoy, difícil. Los sistemas competitivos, las razones absolutas, los radicalismos, que pareciera que, en este siglo de saberes, tecnologías, etc..., estarían desterrados, no es así. Ciertamente, algunas comunidades humanas son más propensas a la comunión –una unión común- en torno a algo, más que otros. Pero es la asignatura que siempre está ahí, pendiente. Comunión implica compartir, convivir, conjugar, coincidir... Y eso, en el personalismo individualista de hoy, no es fácil... por no decir que muy difícil. Por supuesto, todo dependerá de los beneficios. Parece sentirse lejos esa comunión de lo Divino, esa actitud de consentir de la Creación, ese momento... feliz, de la llegada de la vida complaciente, complacida, complacedora. Pero, quizás, si se mantiene esa referencia de Universo, de Creación, de Divino... ¡Pónganle el nombre que mejor les pueda funcionar! Quizás, eso, pueda favorecer el que se reordene el pensar y el ser se vuelva complaciente... Incluso, que pida las cosas “por favor”, ¿se imaginan? O que diga “Ggg... gra... gracias”. Que pueda sentir con otro –con otros-, un proyecto, un ideal, un... Que puédase aceptar y ¡ESCUCHARSE!, en lo que cada uno siente, es y proyecta y expresa... aunque lo haga con torpeza. El sentir... el sentir, dentro de lo que cada uno se conoce, el sentirse unido con otros, el descubrir la potencialidad de la comunión. Ese compartir confluyente que nos hace, aunque parezca mentira, cada vez más capaces, más precursores, con más recursos. Se podría ¡por un instante, semanal! reprogramar el comportamiento... Como esos famosos lavados de cerebro, que dicen, que les lavan el cerebro... No sé si se los sacan por la nariz o por la boca, se los lavan y se los vuelven a meter. Pero, normalmente, no suele ser de cosas buenas. ¿Y por qué no lo lavamos con un buen detergente? ¡Eh! ¡Con complacencia! ¡Con comunión! ¡Con...! con ese instante de consentirse, sin artículos, sin adjetivos, sin calificativos... ¡ABIERTO! Que nos puedan decir:

-¡Qué raro estás esta semana! ¡Estás complaciente! -Pues, ¡ya ves! Es que me he lavado una parte del lóbulo frontal y... ¡Me ha quedado de limpio...! ¿Quieres que te invite al cine? -¡No puede ser! ¡No puede ser que me hayas dicho eso! -Pues sí, a mí también me parece mentira, pero... Por cierto, ¿qué opinabas tú sobre...? -¿Que me preguntas ¡a mí!, que qué opino? -Sí, sí, me interesa saberlo. -¡Antonio! ¡A ti te pasa algo! ¡A ti te han hecho algo en algún sitio...! ¿No será en la escuela esa que vas de la... de Cuenca? ¿no? ¡Que tú me preguntas mi opinión! Pero, ¿a ti te ha interesado alguna vez mi opinión? -Pues no... nunca. Pero ahora, tengo curiosidad. -¡Ah!, curiosidad... Bueno. -¡Ah! Y me gustaría que hiciéramos algo... juntos. Sí, no sé, podemos montar una tienda de abejas reinas... o una tienda de “pelillos a la mar”, o de “sugerencias para una cana al aire”. -Antonio, tú estás enfermo. No te voy a dejar que vayas más a ese sitio. -Pero no, mujer, si es que yo quiero tener alguna comunión contigo a parte de... de la que todos sabemos. Que, por cierto, está un poco... “friqui” ¡eh!.

Confieso que no sé lo que significa “friqui”. Pero me suena a fractura. Sí, en definitiva un poco de comunión, una complacencia... una condescendencia, un consentir mutuo... ¡Eso sí! ¡Solo esta semana, eh! ¡Hombre...!, si vemos que nos gusta, podemos prolongarla un poco más. Pero como somos seres tan voraces y vamos tan deprisa y hay que atender al preta porter, a la moda, al gobierno, a los minis... a las ministras y a todas esas cosas... ¡Imagínate si da a luz, esta mujer, en Afganistán! ¡Qué lío! ¿El niño será afgano o qué? No te preocupes, si no pare ahora, parirá en Bosnia o en Líbano... Que son otros sitios a los que vamos a ir... todos juntos ¡Toda España va a estar con ella! ¡De verdad...! No es fácil, ¿ves? Ser complaciente, ser consentidor y, menos aún, vivir en comunión. Según las crónicas, el capitán general que la acompañó, la miraba con una cara condescendiente, paternal... ¡Increíble! Pero no la miraba como ministra... ¡De verdad...! Decían los antiguos esos: “¡Lo que hay que ver!” ¡Uhhhh! Y más... Pero todo vale, todo está bien, todo es... guay... “Guay”, eso viene de algún perro o alguna cosa, ¿no?, o animal... Quizás estamos un poco desconectados de la “movida general”. Pero, lo que se mueve, no suena bien, ¡eh!, no, no sé. No produce alegría, respeto, cultura, crecimiento, armonía, generosidad...

Sí, podría ser un rato de complacencia... Un rato, un rato de... ¡Si estaremos de rebajas y de depreciación, que pedimos un rato! Que no lo pedimos nosotros, ¡ojo! Estamos en un momento orante... Que, en cualquier lugar, se vería como aceptable, la complacencia, el consentir... Sí, se les pondría pegas, a todo se le puede poner pegas, y la comunión y tal. Pero, de entrada, ¿se encuentra algún pecado grave en esas tres palabras? ¿Ponen en riesgo los Derechos Humanos y pueden obligar a que otros países tengan el derecho a ingerir en estos tres pensamientos? De repente, uno, en su casa... Y ve que le invade el ejército norteamericano. -¡Te venimos a invadir! Esto suena un poco a Gila, pero es así, ¿no?. -¿Por qué me viene a invadir? -Porque has pensado mal. ¿Qué es eso de complacencia? ¡Aquí, lo que hay es que combatir a cualquiera! ¡Aquí, lo que hay es que dar la mayor mala leche posible y la mayor respuesta agresiva posible! ¿Qué... de complacer? El placer, luego te lo buscas en la prostitución... Pero, en la convivencia diaria, ¡De complacencia, ¡nada!! ¡Venimos a salvarte! ¡A darte los derechos fundamentales! -Pues, yo creí... -¡Tú no crees nada! ¡Tú tienes que creer los Derechos fundamentales de la ONU, de la UNESCO! ¡Somos el ejército de salvación norteamericano! Igual que hemos salvado a Irak y a Afganistán, ahora venimos a salvarte... ¡Casa por casa! ¡Tú, ¿consentidor?! ¿Tú qué sientes? Tú tienes que sentir ¡las ganas de triunfar!, ¡las ganas de triturar al enemigo! ¡las ganas de alcanzar el máximo!, ¡la élite! ¡¡¡Tú tienes que llegar a ser el número uno!!! ¡¡¿Por qué te vas a negar tú ser el número uno, entre tanta bazofia como hay?!! ¡Consentir...! -Yo es que... pensé que... creí... -¡¡¡Noooo!!! ¿Y qué es eso de la comunión? ¡Venimos a salvarte! A que seas un hombre democrático, para que seas un hombre ¡de urna!, ¡y de voto!... ¡Ante todo, pensar en la muerte! Que es lo que da sentido a la vida. Sin la muerte no tendría sentido la vida, ¿sabes?. Lo dicen todos nuestros magnates del poderío planetario actual. ¡Hemos venido a salvarte! ¡¡Hemos venido!!, y hemos ingerido en tu vida, ¡para que no cometas un error!... aunque solo sea de una semana. ¡Tú tienes que ser descarado! ¡Tú tienes que ser relevante! ¡Tú tienes que ser... respetado! ¡Y para que te respeten, tienes que ser violento! Tienes que demostrar que tienes más valía... ¡Más poder! Aunque no ladres demasiado, ¡pero lo suficiente! Siempre tendrás al lado a alguien que pueda soportar tu... ¡fuerza! Y que pueda reconocerla. Así que –en virtud de las palabras del Sumo Pontífice de que es lícito la ingerencia en aquellos lugares donde no se respetan los Derechos Humanos actuales del siglo XXI...-, ¡queda confiscada tu personalidad! -¿Cómo? -Sí. Queda confiscada tu personalidad. Te llevaremos por los bajos fondos, te llevaremos con los Hooligan, te llevaremos a los sitios más depravados, para que veas realmente lo que es, lo que hay. Y cómo puedes superarlo, en base a... la xenofobia, al exterminio, al racismo... más o menos velado, que no se note mucho, claro, pero, conservado. Que tú recuperes tu criterio de que tú tienes la razón, tú tienes la lógica, tú... tú y solo tú. Lo que digan los demás, no importa. Tienes que imponerlo, tienes que sacarlo adelante, ¡Así te ganarás la admiración de todos! -Si era solo una semana... -¡Se empieza por una semana y luego se sigue por más tiempo! -No, si... a la otra, yo pensaba dejarlo, ya.

Parece ficción, ¿verdad? Pero, esa ficción... está dentro del núcleo de la personalidad, en el mundo actual en el que vivimos. Esa ficción es absolutamente real. Esa ficción, eso, podría ser el epigenoma. Esa ficción podría ser la cultura social, política, económica, religiosa, etc. Esa ficción que nos atormenta, cada vez que se nos ocurre ser ¡elegantes!, ¡artistas!, estilistas, ¡finos!, ¡delicados...! Esa ficción se convierte en real y nos reclama lo agresivo, lo envidioso, lo competitivo, lo ganador, lo triunfador, lo perseguidor, lo abúlico... las ansias, la ansiedad, la tristeza, la desesperación, la imposición del mundo a la medida. ¡Sí, llegan los soldados que están dentro! Y, cada vez que, por un instante, se hace algo y, casualmente, ¡no sale como pensábamos! Entonces, inmediatamente, el soldado nos dice:

-¡¡¡¡¿Ves?!!!! ¡¡¡¿Te das cuenta?!!! ¡Has sido amable y te han dado una coz! -Si es que hacía treinta y siete años que no era amable. No es raro que me hayan dado una coz... Yo sé que veinte años no es nada... pero treinta y siete, sí.

Y si voy a complacer, no puedo “condañar”... Suena mal, ¿verdad?, “condañar”, pero... ¿aunque sea con “ñ”? Y si puedo consentir, no puedo combatir. Y si entro en comunión, tengo que compartir, no puedo pedir todo para mí.

Se puede intentar... Seguramente no hay riesgos de que luego guste mucho, no. Pero sí puede quedar la referencia, puede quedar la marca, el matiz de...

-¡Ah!, yo, una vez, hice... Oye, en una ocasión, resultó que... que sí. Fui complaciente, fui... comunión con otro, y consentidor, de sentir lo de otro... ¡Oye! ¡Y se curó! Sería que le tocaba, pero... ¡coincidió! No sé, ese día... algo cambió. Pero, luego, lo he ido aparcando, porque... ¡Aquí, como no espabiles, te dan!

¿Quién te da?

Sin duda, con el panorama actual, el ejercer la complacencia, el consentido y la comunión, no es fácil. Va a suponer un choque –como hemos escenificado-, va a suponer tensión... va a suponer... Sí, pero... ¡como salga ¡una vez!, bien...! A eso se aspira, nada más. Va a merecer... Va a merecer el haberlo vivido, por un instante. ¡Por un instante!, lo Eterno y lo Divino, en mí, se han confundido, se han fundido, se han fusionado... “El valor de lo fundido”, ese tiempo oracular en el que ahora entramos. “La disolución”, ser disolvente, complaciente, consentido, en comunión. ¡Ser dama y caballero, por una ocasión!

Ten piedad. Ámen.

José Luis Padilla Corral.





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