30 junio, 2010

Hermano


Hermano... tuya es la hacienda...


la casa, el caballo y la pistola...

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo...

más yo te dejo mudo... ¡mudo!...

Y cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?



León Felipe
 
tomado del blog de Oaska

28 junio, 2010

Presta sincera atención.


"Si quieres prestarle algo de verdadero valor a alguien, préstale atención. Cuando quieras comprender de verdad, presta sincera atención.


Prestando atención puedes aprender, puedes guiar, puedes construir relaciones duraderas con los demás y crear mucho valor. Si sermonear, rogar y argumentar no logran tu objetivo, prestar atención seguramente lo conseguirá.

Si, en un mundo vertiginoso y lleno de distracciones, prestar absoluta atención puede ser difícil. Y aún así, cuantas más distracciones haya, más preciada y valiosa se tornará esa atención.

Ofrece a los demás algo que sea cien por ciento de ti. Dales el regalo de tu atención.

Hay montones de personas a tu alrededor anhelando ser escuchadas, vistas, tenidas en cuenta y comprendidas. Prestándoles atención enriqueces tanto tu propia vida como la de ellos.

Aunque no tengas nada más para ofrecer, siempre puedes dar tu atención. Puedes tener la certeza de que será muy apreciada y bienvenida, iluminando a la vez tu entorno con una luz propia y especial."

Gabriel Sandler

23 junio, 2010

Apenas un cuarteto


La suprema levedad
se esconde en ese íntimo receso
que el corazón hace
tras tu sonrisa.

22 junio, 2010

Ética del cuidado

De nuevo Leonardo Boff nos ilumina esta interesante línea de pensamiento, la ética del cuidado puede aportar mucho a nustra sociedad.

 

La paz fundada en el paradigma del cuidado


por Leonardo Boff (*)


La voluntad de poder de un país sobre otro, el patriarcalismo cultural que todavía margina a la mujer y la explotación de la naturaleza para conseguir beneficios materiales son factores de violencia e impedimentos para la paz. El patriarcalismo debilitó la dimensión de lo femenino, que nos hace más sensibles a todos, y rebajó la inteligencia emocional, nicho del cuidado y de la experiencia ética y espiritual.

Esta parcialidad, negando la dimensión anima (lo femenino), no ha dejado de afectar fuertemente a la ética. El núcleo de la moralidad clásica heredada de los griegos y perfeccionada por Kant, Habermas y Rorty tiene como base inconsciente la experiencia del animus (lo masculino). Por eso se funda sobre dos pilastras básicas: la justicia, que se expresa en los derechos y en los deberes de los hombres (dejando invisibles a las mujeres), y la autonomía del individuo, en la idea de que solamente un ser libre puede ser un ser ético.

Pero esta visión es parcial pues deja fuera dimensiones fundamentales, propias mas no exclusivas de lo femenino (anima), como son las relaciones afectivas que se dan en la familia, con los otros, con la naturaleza y con todos los que nos sentimos relacionados. Sin tales relaciones, la sociedad pierde su rostro humano. Aquí más que justicia se necesita la categoría mayor, que es la del cuidado. El cuidado es un paradigma que se opone al de la dominación. Es aquella relación que se preocupa y se responsabiliza por el otro, que se envuelve y se deja envolver con la vida en sus muchas formas, que muestra solidaridad y compasión, cura heridas pasadas y previene heridas futuras.

La base empírica es la experiencia –tan finamente analizada por el psicoanalista inglés D. Winnicott– de que todos necesitamos ser cuidados, acogidos, valorizados y amados, y deseamos cuidar, acoger, valorar y amar. Portadoras privilegiadas, mas no exclusivas, de esta experiencia son las mujeres. Ellas están ligadas directamente a la vida que necesita cuidado, como la maternidad, la alimentación, el desvelo en la enfermedad, el acompañamiento de la educación. Estas características son propias del principio femenino (anima) que se encuentra también en el hombre y que las realiza a su manera.

En el trasfondo de esta ética del cuidado hay una antropología más fecunda que aquella tradicional, base de la ética dominante: parte del carácter relacional del ser humano. Él es fundamentalmente un ser de afecto, portador de pathos, de capacidad de sentir y de afectar y ser afectado. Además de la razón intelectual (logos) está dotado de la razón emocional, sensible y de la razón espiritual. Es un ser-con-los-otros y para-los-otros en el mundo. No existe aislado en su espléndida autonomía, vive siempre dentro de redes de relaciones concretas y se encuentra permanentemente conectado. No necesita un contrato social para poder vivir junto a otros. Su naturaleza consiste en vivir comunitariamente.

Sin duda, para tener una cultura de la paz duradera necesitamos instituciones justas, pero el funcionamiento de éstas no puede ser formal ni burocrático sino humano, cuidadoso y sensible a los contextos de las personas y de sus situaciones. Más que nada, debemos alimentar una cultura generalizada de cuidado para con la Tierra, y las personas, especialmente las más vulnerables, y de atención a las relaciones entre los pueblos para evitar la guerra.

En vez del gana-pierde pasa a funcionar el gana-gana. Con esta estrategia se disminuyen los factores de tensión y de conflicto. Para llegar a la paz son relevantes las virtudes asumidas conscientemente, como la transparencia, la disposición al diálogo y a la escucha, la acogida cálida del otro. Lo enfatizó el presidente Lula al abordar la cuestión de Irán bajo la amenaza de la truculencia estadounidense y sus aliados por causa del enriquecimiento de uranio para fines pacíficos (pretexto para controlar el petróleo y el gas).

Pero hay una dimensión subjetiva y espiritual que refuerza la búsqueda de la paz. Es la capacidad de perdón y de olvido de viejas disputas y conflictos. Hoy que las culturas se encuentran, hacen patentes las tensiones históricas que separan a los pueblos. Hay que mirar siempre hacia delante en la construcción de una nueva relación fundada en una alianza de cuidado entre todos.

Vivir este tipo de humanismo necesario está dentro de las posibilidades de nuestro ser. Es la condición de la paz duradera, considerada ya por Kant como el fundamento de la República mundial.

(*) Leonardo Boff es teólogo
Fuente: http://servicioskoinonia.org/boff

18 junio, 2010

Zen y la crisis de la cultura occidental




Un artículo de Leonardo Boff:

"Vengo insistiendo desde hace tiempo en que por detrás de la crisis actual económico-financiera actual hay una crisis de paradigma civilizatorio. ¿De qué civilización? Se trata obviamente de la civilización occidental, que a partir del siglo XVI fue mundializada por el proyecto de colonización de los nuevos mundos.
Este tipo de civilización se estructura en la voluntad de poder-dominación del sujeto personal y colectivo sobre los otros, los pueblos y la naturaleza. Su arma mayor es una forma de racionalidad, la instrumental-analítica, que compartimenta la realidad para conocerla mejor y así someterla más fácilmente. Después de quinientos años de ejercicio de esta racionalidad, con los innegables beneficios que ha traído y que encontró en la economía política capitalista su más cabal realización, estamos constatando el alto precio que nos ha hecho pagar: el calentamiento global, inducido en gran parte por el industrialismo sin límites, y la amenaza de una catástrofe previsible ecológica y humanitaria.
Estimo que todos los esfuerzos que se hagan dentro de este paradigma para mejorar la situación serán insuficientes. Serán siempre más de lo mismo. Tenemos que cambiar para no perecer. Es el momento de inspirarnos en otras civilizaciones que ensayaron un modo más benevolente de habitar el planeta. Lo que fue bueno ayer, puede valer también para hoy.
Tomo como una de las referencias posibles el zenbudismo. Primero, porque ha influenciado todo el Oriente. Nacido en la India, pasó a China y llegó a Japón. Después, porque ha penetrado ampliamente en estratos importantes de Occidente y de todo el mundo. El Zen no es una religión. Es una sabiduría, una manera de relacionarse con todas las cosas de tal forma que se busca siempre la justa medida, la superación de los dualismos y la sintonía con el Todo.
Lo primero que hace el budismo zen es destronar al ser humano de su pretendida centralidad, especialmente del yo, núcleo básico del individualismo occidental. Él nunca está separado de la naturaleza, es parte del Todo. En seguida, procura una razón más alta que está más allá de la razón convencional. Se niega a tratar la realidad con conceptos y fórmulas. Se concentra con la mayor atención posible en la experiencia directa de la realidad tal como la encuentra.
«¿Qué es el zen?» preguntó un discípulo al maestro. Y éste respondió: «las cosas cotidianas; cuando tienes hambre, comes, cuando tienes sueño, duermes». «¿Pero no hacen eso mismo todos los seres humanos normales?» -atajó el discípulo. «Sí» ―respondió el maestro― «los seres humanos normales cuando comen piensan en otra cosa, cuando duermen, no pegan ojo porque están llenos de preocupaciones». ¿Qué significa esta respuesta? Significa que debemos ser totalmente uno en el acto de comer y totalmente entregados al acto de dormir. Como ya decía la mística cristiana Santa Teresa: «cuando gallinas, gallinas, cuando ayuno, ayuno». Esta es la actitud zen. Empieza por hacer con la máxima atención las cosas más cotidianas como respirar, andar y limpiar un plato. Entonces ya no hay dualidad: estás todo tú en todo lo que haces. Por eso, obedece a la lógica secreta de la realidad sin la pretensión de interferir en ella. Acogerla con el máximo de atención nos hace integrados porque no nos distraemos con representaciones y palabras.
Esta actitud le ha faltado al Occidente globalizado. Estamos siempre imponiendo nuestra lógica a la lógica de las cosas. Queremos dominar. Y llega un momento en que ellas se rebelan, como estamos constatando actualmente. Si queremos que la naturaleza nos sea útil, debemos obedecerla.
No dejaremos de producir y de hacer ciencia, pero lo haremos con la máxima conciencia y en sintonía con el ritmo de la naturaleza. Orientales, occidentales, cristianos y budistas pueden usar el zen de la misma forma que peces grandes y pequeños pueden morar en el mismo océano. Es otra forma de vivir que puede enriquecer nuestra cultura en crisis."

11 junio, 2010

La realidad son números, burbujas...

Me gustaron los gráficos de Hans Rosling, burbujas... como nos decía ayer Willigis Jager: la ola es el mar.

10 junio, 2010

Ver



Via Lovegifs

08 junio, 2010

Discurso de aceptación de John Taylor Gatto como mejor maestro

Para el galardón de Maestro del Año de Nueva York, el 30 de enero de 1990: SÍ… 1990…

Leer texto completo en Humanismo y Conectividad




  • 1. Los niños a los que enseño son indiferentes al mundo adulto. Esto desafía la experiencia de miles de años. Un observación intensiva de lo que “los mayores” hacían siempre fue una de las más excitantes ocupaciones de los jóvenes, pero nadie quiere crecer ahora, ¿y quien les puede culpar de ello? Nosotros somos los juguetes.
  • 2. Los niños a los que enseño ya apenas sienten curiosidad y la poca que muestran es transitoria, no pueden concentrarse durante mucho tiempo, incluso en lo que quieren hacer. ¿Podéis ver la conexión entre las sirenas sonando una y otra vez para cambiar de clase y este fenómeno de atención evanescente?
  • 3. Los niños a los que enseño tienen un pobre sentido del futuro, de como el mañana está indefectiblemente unido al presente. Como dije antes, viven en un presente continuo, el preciso momento en el que se encuentran es el límite de su conciencia.
  • 4. Los niños a los que enseño son ahistóricos, no tienen conciencia de cómo el pasado ha dado forma a su propio presente, limitando sus elecciones, moldeando sus valores y sus vidas.
  • 5. Los niños a los que enseño son crueles entre si, muestran falta de compasión ante los infortunios, ríen las debilidades, y muestran desprecio por aquellos que muestran necesidad de ayuda demasiado abiértamente.
  • 6. Los niños a los que enseño se encuentran intranquilos ante la intimidad y la franqueza. No soportan una verdadera intimidad debido a una costumbre de por vida de guardar los secretos dentro de si mismos por lo que van formando su personalidad a base de trozos y partes de comportamiento prestados de la televisión o adquiridos para manipular a sus profesores. Puesto que no son ellos quienes dicen ser, el disfraz se les cae en la intimidad por lo que las relaciones íntimas deben ser evitadas.
  • 7. Los niños a los que enseño son materialistas, siguiendo la estela de sus maestros que materialistamente “gradúan” todo -y sus tutores televisivos que ofrecen todo lo imaginable “gratis”.
  • 8. Los niños a los que enseño son dependientes, pasivos, y tímidos ante la presencia de nuevos desafíos. Esto es a menudo ocultado mediante actos de bravuconería, mediante enfados y agresividades que en el fondo solo expresan un vacío sin fortaleza interior.

descalzos

Vivir adrede, Mario Benedetti

Descalzos

Cuando uno anda descalzo por la vida, concibe de a poco otra definición del mundo. Los pies reciben en sus plantas el sentido cabal de lo que pisan, ya sean baldosas, yuyos, caminos, hierbas, adoquines, praderas, bulevares, collados, veredas o andurriales.

Lentamente, los pies van aprendiendo qué es la tierra, o sea este planeta que nos ha tocado en suerte. Las plantas descalzas comienzan ignorantes, pero lentamente se van volviendo sabias. La superficie por la que andamos tiene su lenguaje y nos va instruyendo. Los pies descalzos elevan su informe y gracias a esa gratuita desnudez, vamos sabiendo algo más, tanto de los otros como de nosotros mismos.

El mundo descalzo no precisa de filtros, simplemente nos da lecciones de realidades varias.

Los pies pueden lastimarse y dejan huellas de sangre, que suelen servir de guía a los descalzos de segundo rango. Uno mismo, cuando va descalzo por su entorno, llega a creer impunemente que el mundo es suyo. Pero no lo es. Unas pocas veces pertenece a ciertos fantasmas que nunca dejan huellas.

No sé por qué tengo la loca intuición de que el mundo acabará perteneciendo a los descalzos. Que me perdonen los pies del homo faber omnipotente.


Isla
Cada ser humano es una isla. En el mejor de los casos, pertenece a un archipiélago. Aun así, cada isla es distinta de las otras. Algunas son fértiles, pródigas, ubérrimas. Otras son áridas, magras, resecas.
Cada ser humano es una isla, donde sólo convive con su conciencia y en ocasiones con un lago quieto que le informa sobre qué rasgos asume su rostro de náufrago.
Cuando el ser humano se aburre de su soledad entonces se comunica con otra u otras islas, a nado, o en balsa, en lachas o en canoas. Y en la otra isla conoce a otros náufragos y también a otras náufragas, y a veces se enamora.
El amor une a las islas como una corriente. A veces dos islas copulan y nace un islote.
 
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