
Me pasa como a los tiburones, cuando dejo de nadar me hundo irremesiblemente. Esta maldición de los condroíctios también alcanza a los humanos. Nuestro fluido no es ya acuático, nuestras aguas invisibles son las de los abismos del alma y la existencia. Nuestra natación es la conciencia. Aquel que deja de estar presente, que descuida el arte, la reflexión, la contemplación o la oración, cae al foso negro del sueño eterno.
Hoy leo a Ibn Arabí. Que descanso saber que hubo gente despierta.

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